martes, 14 de abril de 2009

Madre África

por M.B.


Compañía y Director: Winston Ruddle's

Teatro Circo Price
10 de abril de 2009


Ligeramente agradecido espectáculo circense musical de medios pobres pero con algo de humor, en el que África se refleja en el color de piel de los artistas y en los trajes, y poco más. Bueno, es cierto que se ve algún tambor, pero no noté gran diferencia entre los que lo tocaban en la función y los que pueden tocar en cualquier rincón de Madrid. Quizá yo esperaba ver los tópicos de los africanos, es decir, tambores, y bailes al son del tambor, trajes de colores, y de todo eso hubo, pero ahora me tengo yo que definir qué es un tópico. Pero lo que vi era tan sencillo que parecía el principio del tópico del africano. ¿Y lo de después? Pues no lo había.


Cierto es que son africanos, pues el verano pasado tuvieron que cancelar las actuaciones por problemas con los visados, y por eso han regresado, después de, creo, una gira por Europa. Pero los dos chicos que bailaron claqué (lo que más me gustó) parecían salidos del metro Nueva York (en el metro de Nueva York no vi claqueteros, es un tópico), los que tocaban el tambor parecían recién llegados del parque del Retiro, y una de las bailarinas se parecía a una vecina mía. Entre los números había un contorsionista que hacía cosas increíbles, como fumar con los pies, y en este circo parece ser que están los hombres más flexibles del mundo, aunque flexibles sólo vi a este. Es cierto que por cosas de la vida entré al espectáculo 50 minutos tarde. Quizá antes hubo flexibilidad.


Pero el circo es riesgo, y aquí el único riesgo era el nuestro al bajar esas odiosas escaleras el Price. El circo te cala el corazón, con sus payasitos (como dice a.n.) y sus artistas errantes, y aquí ni payasitos ni carromatos/trailers. El circo de los sentidos se subtitula este espectáculo, y no apeló a mis sentidos en ningún momento. Quizá todo fue, ya digo, en esos primeros 50 minutos.


En resumen, unas chiquitas tumbadas boca arriba moviendo una mesa con los pies, un chico flexible que fuma con los pies y con humor (me reí mucho con este), un joven que tira sus sombreros al aire y los vuelve a coger casi todos, unos músicos que se acompañan de teclados y vestidos de colores, muchos pies descalzos, y un espectáculo amable, sin más, que acaba con banderas de todos los países participantes. Yo, que no sé nada de banderas, que no sé si la nuestra tiene dos de amarillo o dos de rojo, no reconocí ningún país.


Cerca de mí, un niño espectador quería también que su padre le cogiera y le hiciera volar. Y el padre lo hacía, sentado sobre el asiento. El niño volaba por encima de su cabeza, parecía que se iba a caer. Ahí sí que había verdadero riesgo. Luego cruzé, con d.b., las rondas de Atocha o de Valencia, con riesgo. Más tarde fuimos a un sitio cutre y cené comida china cutre, otro factor de riesgo. Pero qué rica estaba. Todo esto le faltaba al espectáculo. Como al teatro en general. RIESGO.

M.B.

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